martes, 30 de julio de 2013

#2

Soledad. Esa palabra que tanto miedo y tristeza da a algunos y tanta felicidad a otros. Una palabra que puede significar muchas cosas. Un día de soledad puede ser un día de introspección de tu interior o puede ser un día de máxima diversión practicando tus aficiones favoritas. También puede ser un momento para calmar todas las emociones, o un momento para expulsarlas todas sin hacer daño a nadie.
Lo que está claro es que mucha soledad no es buena. Es necesario tener gente a tu lado para apreciarla. Pero también es necesario tener mucha fuerza interior para soportarla un día tras otro. Y las cosas empeoran cuando te dicen que te busques amigos, da igual si los tienes o no, si están cada uno a su aire o salís todos los días, porque a veces, no saben lo que pueden provocar esas palabras en el interior de uno mismo.
Búscate amigos, dicen, ¿es que no tienes? Dicen. Sí, pero qué pasa cuando esos amigos tienen sus planes de antemano, ya llevan un tiempo ahorrando para el verano en familia, o simplemente, por problemas personales, no pueden, entonces… ¿qué? ¿Qué queda? Pues nada, solo la soledad, tardes y tardes de aburrimiento,  haciendo lo mismo, estando tu solo en la piscina, paseando tu solo… todas esas actividades veraniegas pensadas para pasar con amigos… ya no sirven para nada, no están pensadas para la soledad, y aunque pongas cara de alegría y diversión, digas que todo está bien y que te lo estás pasando genial… en el fondo sabes que no es cierto, que solo es una maldita excusa para que te dejen en paz y no piensen que tienes algún tipo de depresión o síndrome. Esto es así, y es así cómo me siento ahora, aunque sepa que en un rato me reuniré con una de las personas que más me conoce, quizá la que mejor me conozca fuera de mi familia, e incluso mejor que algunos miembros de mi familia, o al menos se molesta en hacerlo.


#1

Tarde de otoño. Los últimos rayos resbalaban  sobre su pelo castaño sacándole reflejos rojizos. Su cara, de un color rosado a causa del frío, con  unos labios cortados y unos ojos brillantes, mostraban algo más de lo que a ella le gustaría.
Alguien se acercó por detrás y la abrazó. “No pasa nada” le susurró una suave voz a su oído. Una voz suave y reconfortante, una voz que conocía muy bien y que le daba seguridad.
“Estás muy seguro” su melodiosa y dulce voz resonó en el parque vacío, entremezclándose con los árboles desnudos y los graznidos de los patos.
“Tenemos que ser fuertes”. Ella giró su cabeza, los ojos verdes de él y su rebelde pelo negro liso le daban una dulzura inusual. “Tenemos...” “No pienso dejarte sola” “No tienes por qué, no me va a pasar nada...” “No te voy a dejar sola...” “¿Por qué? ¿Por qué te preocupas tanto por mí?” “Porque me importas demasiado”.
Se giró a tiempo, una lágrima furtiva resbalaba desde sus ojos  castaños trazando un recorrido por su rostro. Ese simple gesto fue suficiente para destruir lo poco que quedaba de sus barreras.