Tarde de otoño. Los últimos
rayos resbalaban sobre su pelo castaño
sacándole reflejos rojizos. Su cara, de un color rosado a causa del frío,
con unos labios cortados y unos ojos
brillantes, mostraban algo más de lo que a ella le gustaría.
Alguien se acercó por detrás y
la abrazó. “No pasa nada” le susurró una suave voz a su oído. Una voz suave y
reconfortante, una voz que conocía muy bien y que le daba seguridad.
“Estás muy seguro” su
melodiosa y dulce voz resonó en el parque vacío, entremezclándose con los
árboles desnudos y los graznidos de los patos.
“Tenemos que ser fuertes”.
Ella giró su cabeza, los ojos verdes de él y su rebelde pelo negro liso le
daban una dulzura inusual. “Tenemos...” “No pienso dejarte sola” “No tienes por
qué, no me va a pasar nada...” “No te voy a dejar sola...” “¿Por qué? ¿Por qué
te preocupas tanto por mí?” “Porque me importas demasiado”.
Se giró a tiempo, una lágrima
furtiva resbalaba desde sus ojos
castaños trazando un recorrido por su rostro. Ese simple gesto fue
suficiente para destruir lo poco que quedaba de sus barreras.

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