viernes, 24 de abril de 2015

Diario de un rincón de mí.

A veces pienso que si la vida fuese como en una película, todo sería más fácil. O quizá estoy equivocada y fuese igual de difícil, sobre todo cuando pienso en que no todas terminan como esas comedias románticas hollywoodienses protagonizadas por Cameron Díaz o Jennifer Aniston y que pasan por la tele de forma no tan desapercibida como pueda parecer, sobre todo cuando es una tarde de fin de semana lluviosa y gris en la que lo único que apetece es tomarse una taza de algo caliente y reírse un rato para olvidar los problemas que se sucedieron a lo largo de la semana, al tiempo que de fondo se escucha el sonido del viento y de la lluvia cayendo y que acompañan en esa velada de relajación y quizás reflexión con uno mismo.
Pero luego están todas esas otras películas que no terminan con un final feliz, todas aquellas que te dejan una sensación agridulce en todo el cuerpo, un vacío inicial que solo puede llenar la tristeza del final. Películas que están hechas para la reflexión de todo lo ocurrido en la semana, de lo que ha hecho la humanidad desde que existe o simplemente para un desahogo a base de lágrimas y liberarnos por dentro de todo aquello que nos ocurre, haciéndonos reflexionar sobre todo lo positivo que tenemos, y que todo lo negativo que llevamos con nosotros mismos, a veces no es tan negativo. Ver el lado positivo de la vida, o eso es lo que creo que quiero decir, al fin y al cabo puedo afirmar que realmente no sé lo que quería escribir en el post cuando puse la primera palabra.
La otra opción es que si la vida fuese como en los clásicos de Disney sería muy aburrida, ¿no? Al fin y al cabo ya se sabe desde un inicio que aunque los protagonistas se enfrentan a un montón de vicisitudes a lo largo de la hora y media que duran las películas, siempre tendrán un final feliz.    

viernes, 17 de abril de 2015

#25

La llegada de la primavera la sangre altera, o eso dicen, porque últimamente lo único que me altera es la cantidad de trabajos para hacer y el hecho de que abril se está acabando y mayo se avecina rápidamente, trayendo consigo los exámenes de las materias que, no sé si por pereza o, como se suele decir, por desgracia, aun no he comenzado a estudiar, a pesar de todos mis intentos.
Mayo es una palabra que toda mi vida he adorado, pues supone la consolidación de la primavera y la llegada de mi cumple, campos y árboles verdes y muy coloridos y cambiar las pesadas ropas de invierno por algo más ligero, sin embargo, ahora y como estudiante universitaria por tercer año consecutivo, mayo ha perdido parte de ese entrañable significado y ha pasado a significar estudio, enclaustramiento en bibliotecas y, sobre todo, exámenes. Exámenes en los que te juegas la mitad del curso y el tener el verano totalmente libre. Dos semanas de agobio, sin salir a tomar el aire y haciendo las tareas domésticas más básicas, estableciendo escaso contacto con la familia y amigos, pues todo minuto es bueno para adquirir el conocimiento para pasar los exámenes. Pero oye, que a pesar de todo, no es tan malo, sobre todo cuando tienes un maravilloso grupo de amigos a tu lado que están como tú.
Así que, ¡bienvenido seas, mes de mayo! (aunque aun sea abril).