Cap. 13
La Laguna era una ciudad animada
y grande, situada a orillas de la Gran Laguna y caracterizada por sus casas de
colores y sus palafitos, y era también donde se encontraban los mejores
ebanistas de todo el reino, aunque tenía su propio gobierno y jurisdicción,
pues era más que nada una ciudad-estado que había conseguido mantenerse tras la
unificación de los diferentes reinos y ciudades.
Mars recorrió toda la ciudad en
busca de alojamiento, pero sin dinero ni identificación era difícil, por lo que
decidió pararse y comer algo de lo que había recogido en el bosque.
Abrió su macuto en busca de las bayas y la
fruta. Suspiró. Echaba de menos la carne. En dos años no la había probado, entre
otras cosas porque la carne que iba en su ración de comida diaria en las
mazmorras probablemente llevase algún tipo de droga, para hacerle confesar, al
fin y al cabo como buen miembro de la Tribu de la Noche, la carne era lo
principal en su dieta. Volvió a suspirar. Esta vez sacó el odre con agua,
afortunadamente lo había podido robar de una alacena en su huida y rellenarlo
durante su travesía por el Gran Bosque.
Algo le golpeó
mientras bebía del odre. El objeto en cuestión era una espada de madera
pequeña, como de juguete. La recogió y sonrió, recordando su infancia,
recordando cómo mientras que Zola y Dimitri peleaban con espadas similares a
esa, él usaba su varita de mago y se inventaba hechizos para separarlos, pues
aunque sabía que eran buenos amigos, la rivalidad que ellos dos mantenían podría
dividirlos, y eso no sería nada bueno.
Un toque en su
brazo lo sacó de su trance, era una niña de pelo naranja como el fuego y ojos
azules como el cielo despejado, y que estaba tratando de decirle algo con gestos.
-
Lo siento pequeña, pero no te entiendo.- Mars
trató de ser lo más amable posible. La niña volvió a repetir sus gestos.- Sigo
sin entender. Si no me lo cuentas no podré ayud…- La niña desvió su mirada azul
hacia el suelo. Entonces Mars se dio cuenta. No podía hablar, y no se le
ocurrió otra cosa que sacar su varita y hacer un hechizo para entender sus
gestos. La niña se sorprendió ante la luz que emanaba de la varita de madera y
al ver que Mars estaba diciendo con gestos que le repitiese la pregunta. La
niña repitió los gestos, cruzando los dedos pulgar e índice y luego señalándose
a sí misma con ambas manos.- La espada, la quieres, es tuya.- La niña asintió sonriente
mientras Mars repetía esa frase con gestos.
La niña recibió su espada con
gusto. Era la primera vez que alguien, además de sus padres, entendía sus
gestos y se esforzaba por entender lo que quería decir. Así que como
agradecimiento decidió llevarse a Mars a su casa, para que sus padres lo
conociesen.
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