Parece que fue ayer cuando todo sucedió. Me encontraba
tranquilo, conduciendo y escuchando a esos clásicos pasados de moda pero que
revivo continuamente. El cansancio de los días previos hacía mella en mí y la
luz brillaba por su ausencia en la carretera. Había noche cerrada, de esas que
los lobos solitarios aprovechamos para hacer escapadas, encender un cigarrillo
o simplemente relajarnos.
Decían que había que tener los 5 sentidos al volante. 5
sentidos, que se convirtieron en 4 con el cerrar de mis ojos como si de una
persiana se tratara. En un visto y no visto, abrí de nuevo esos elementos visuales
y allí estaba ella. Una mujer vestida de blanco a lo lejos, pero cerca a la
vez. Próxima a la carretera. Embobado la miré un rato anonado por el perfil de
sus labios. Labios similares a la arena, color crema.
Pronto entendí lo que pasaba: me estaba haciendo señas para
que retomara la conducción pues me encontraba en sentido contrario y estaba a
punto de estrellarme con otro bólido frontalmente. Por suerte, esquivé la
colisión y ambos salimos ilesos.
Solo pensaba en una cosa, en ella. Salí del coche y corrí
más allá de la carretera, más allá de lo que ha corrido un hombre nunca. Traté
de encontrarla pero no lo logré. Fue la primera vez que creía en la “primera
vez”. Una adicción que me impulsaba a seguir adelante.
El destello de su melena rubia fue lo último que pude ver a
lo lejos desvaneciéndose como una sombra. La más bella sombra jamás vista.
No tengo razones para tocarla porque es la única que me
mantiene vivo con solo una mirada grabada en mi mente. Hay muchas cosas que aún
no he hecho y hay muchas cosas que no sé, pero estoy convencido de que soy
tuyo.
Por Diego, proyecto de historiador del arte en Compostela.
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