Cap. 9
Por fin alcanzó una de las puertas de acceso a los jardines, la única sin vigilancia. Llevaba siglos sin usarse y por suerte el rey no sabía de su existencia, o quizá sí y los rumores sobre lo supersticioso que era eran ciertos. Sea como fuere, supuso un gran descubrimiento para Mars, que ya contaba con una excusa y un disfraz para salir sin ser reconocido.
Por fin alcanzó una de las puertas de acceso a los jardines, la única sin vigilancia. Llevaba siglos sin usarse y por suerte el rey no sabía de su existencia, o quizá sí y los rumores sobre lo supersticioso que era eran ciertos. Sea como fuere, supuso un gran descubrimiento para Mars, que ya contaba con una excusa y un disfraz para salir sin ser reconocido.
Una vez fuera de palacio (y de
los jardines de palacio), puso rumbo hacia La Laguna, un territorio del reino
ajeno al rey. Por suerte, si las cosas seguían como la última vez, encontraría
allí refugio y podría ponerse en contacto con el resto.
Se alejó de los muros de palacio
lo más rápido que pudo, ahora tan sólo tendría que buscar la forma de llegar a
los caminos sin ser visto por los guardias de palacio.
Esperaría hasta la noche, su
momento favorito del día, y luego pondría rumbo hacia La Laguna. Mientras
tanto, se escondería entre la espesura del Gran Bosque, al fin y al cabo, se lo
conocía de memoria.
Esperó con gran cautela y
escondido entre las ramas de los árboles más altos la llegada de la noche, que
vino anunciada por la presencia de una Luna llena.
Desde los árboles, Mars tenía una
gran vista de los alrededores inmediatos del palacio y las actividades que se
llevaban a cabo.
Le sorprendió mucho que no
hubiese caos, por lo que solo cabía dos posibilidades: o el rey ya se estaba
recuperando y pospuso su persecución, o seguía inconsciente.
Nada más retirarse los guardias
se bajó del árbol. Aunque sabía que Imre nunca mandaría a sus hombres a
territorio sagrado, en esos momentos era mejor ser precavido.
Aprovechó las facultades que la
noche le otorgaba para hacer más llevadero su camino, al fin y al cabo, no
alcanzaría el otro extremo del bosque hasta el amanecer, y a La Laguna llegaría
al mediodía.
Por suerte estaba tranquilo. Sólo
los animales de la noche salían de sus escondites, cosa a la que no le daba
importancia, porque al fin y al cabo, él también era un ser de la noche.
Los primeros rayos de luz
aparecieron entre las nubes de las últimas horas. Ya estaba próximo a la
salida, así que decidió hacer un alto para comer. Frutos silvestres y agua fue
lo que encontró, con eso le bastaría hasta llegar a La Laguna.
Inició el camino de nuevo, yendo
hacia las carreteras pavimentadas que llevaban a La Laguna.
Ningún guardia en el camino. Eso
le confirmó sus sospechas, los habitantes de aquella ciudad seguían controlando
las rutas entre el bosque y el lago. Ni el propio rey se había atrevido a
quitarles ese derecho.
Finalmente, con el Sol en su cenit, Mars llegó
a La Laguna. Buscó un lugar en el que alojarse, pero sin dinero ni nada que lo
identificase era difícil. Buscaría información por la tarde y a la noche ya
decidiría qué hacer.
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